Antes o después tenía que suceder. Sonó el teléfono al amanecer y un pesar afloró en mis ojos. Era difícil reconocer su voz, pidiéndome que fuera con urgencia. Al llegar pregunté por ella, me llevaron al lugar. Estaba sentada, apoyando su espalda en la chapa abollada de un coche desguazado. Seguía aferrando entre los dedos de una mano su móvil. En la palma de la otra mano abierta, reposaba una jeringuilla ensangrentada. ¡La pesadilla se acabó! dijo en un balbuceo al advertir mi presencia. Ya es demasiado tarde, pensé.
Durante unos segundos al acercarme a su cuerpo tendido, oí su respiración, un canto similar al de las olas rozándome el cuello. Luego con voz desfigurada por la sobredosis, pronunció una frase invisible: De toda mi vida sólo consigo recordar una sonrisa, es la de un tren dibujado en tus ojos…
Sólo tu mirada, el tren y una sonrisa, –me apresuré a decirle–. Me agaché apoyando la cabeza en su pecho. Durante unos minutos le silbé las notas de una canción, un pentagrama lejano que a los dos nos gustaba bailar, ‘Lady Sings the Blues’ interpretado por Billie Holiday. Trató de abrir los ojos. No hubo respuesta y comprendí que jamás podríamos acercarnos al otoño de aquel blues. Tampoco yo retenía las llaves de los buzones, donde estaban las cartas desvanecidas del amor, las hojas arrancadas por el viento.
La luz del nuevo día murmuró en la ranura de sus ojos una expresión de dolor, una broma injustificada. Algo parecido al claqué de las palabras dentro de una prisión. Como si en su interior, se hubiera derribado un castillo de naipes edificado sin ninguna ilusión. Quedamos encorvados el uno en el otro, en la sonrisa de un tren sin retorno. Mientras le quitaba el reloj de su muñeca inerte, creí oír su voz preguntándome el porqué me latía el corazón tan deprisa.
(Relato del libro inédito ‘Babel y la mirada’).
Texto de JESÚS DÍEZ FERNÁNDEZ.