Oscuro es el horizonte que Cormac McCarthy, autor de’La Carretera’ (Pulitzer 2007), traza en el thriller ‘No es país para viejos’. Aunque escapa del ambiente pesimista e incluso tétrico al que llega la historia que se estrenara en 2009 en las salas españolas con Viggo Mortensen a la cabeza, el argumento de esta impactante novela es, a su modo, asfixiante.
Llewelyn Moss, al contrario que muchos otros, está en el lugar equivocado y en el momento erróneo: no siempre hallar dos millones de dólares es una buena señal; mucho menos si los fardos de billetes están rodeados por cadáveres de narcotraficantes en un paraje perdido en medio del desierto norteamericano. Y añadiendo, por si fuera poco, la incertidumbre y el pánico causado al ser perseguido por Anton Chigurh -magistralmente interpretado por Javier Bardem en la adaptación al cine puesta en escena por los hermanos Coen-, sagaz villano y despiadado asesino a sueldo.
La prosa mccarthiana, cargada de lirismo y rápidez -no exenta de profundidad por ello- se asienta en ‘No es país para viejos’ en una esfera similar a como ya lo hiciera el considerado discípulo de Herman Melville y William Faulkner en ‘Meridiano de sangre’, obra marcada por la locura y sadismo de un juez harapiento sediento de sangre.
McCarthy agrega a la novela pasajes en los que un veterano sheriff (¿quizá él mismo?) analiza en sus misivas su vida pretérita vida ahora que su último respiro se encuentra más cerca, cada vez más próximo a un triste y merecido final.
Texto de SERGIO SÁNCHEZ.