Desde muy pequeño, Carlos Luis Napoleón Bonaparte (20 de abril de 1808, 9 de enero de 1873), para la rémora del tiempo Napoleón III, tuvo que pagar el rencor desatado por los pecados de sus ancestros, más concretamente, por los excesos de su ilustre tío -padre, según otros- Napoleón I, el emperador que tuvo Europa a sus pies.
Pero luego, se encargó de cobrarse todas y cada una de las lágrimas derramadas por el pequeño Carlos Luis, desterrado al castillo helvético de Arenenberg. Con un solo movimiento, el 2 de diciembre de 1852 pasó de ser el primer, a la postre también el único, presidente de la II República Francesa al segundo emperador y último monarca de Francia, el estandarte final en el mantón dictatorial de la excelsa Galia.
Hijo de Luis Bonaparte, rey de Holanda, y de Hortensia de Beauharnais, de liviana moralidad, el joven Napoleón anduvo en el exilio desde que contaba ocho años de edad. Sus viajes por Europa dejaron en el tirano galo sedimentos de concepciones ideológicas diversas y, en alguna ocasión, enfrentadas. Tanto así, que los estudiosos de su legado únicamente aciertan a definir su orientación político-filosófica como una mezcolanza de ilustración, autoritarismo y reductos democráticos. Gran Bretaña, tierra donde halló la muerte, labró una huella indeleble en su espíritu. Forjó su repudia al ateísmo y al anticlericalismo, aprendió a utilizar las debilidades de sus oponentes y desde allí se subió al trono de su estado natal.
Fue un hombre asido a la contradicción. Bonaparte ascendió al poder merced a las elecciones que estrenaban el sufragio universal masculino en Francia. El delfín napoleónico se valió de la popularidad de su estirpe para conseguir el apoyo de la población rural. En los comicios obtuvo el 75 por ciento de los votos. La II República Francesa acabó con el mandato del último Rey de los franceses, Luis Felipe I de Orleans.
Las tentativas por derrocarle tenían un origen más antiguo. Comenzaron poco tiempo después de que se colocara la corona en 1830 y, en su mayoría, estaban dirigidas por la dinastía Bonaparte, asentada en Inglaterra. Carlos Luis ejecutó dos golpes de Estado fallidos. El primero sobre Estrasburgo, en 1936, el segundo, cuatro años más tarde, en Boulogne, tras cruzar con un destacamento militar el Canal de la Mancha. Acabó prisionero en la fortaleza de Ham.
Una de sus primeras decisiones al frente de la República fue la de volver al sistema de voto censitario. El segundo día de diciembre de 1851 se autoproclamó defensor de la democracia (véase la paradoja en el abandono del sufragio universal masculino) en una búsqueda ansiosa de concentrar todo el poder. Después de muchas revueltas y justo un año después, el mundo asistió al nacimiento de Napoleón III. El imperio evolucionó del autoritarismo más reaccionario hasta una democracia tolerable y, 18 años después, dio paso a la restauración de la República en la batalla de Sedán.
Por Jesús Peña.