Lo cierto es que no las teníamos todas con nosotros. Por una parte estaba esa fama de huraño, loco, o eremita en su torre de marfil que tiene Godard; por la otra la precariedad con la que nos acercamos a él. Aparecimos en Rolle con una única pista: una dirección sacada de los créditos de Historie(s) du cinema, la de la productora Sonimage, fundada por Godard-Miéville en 1973.
En realidad, Sonimage es un bajo sin cartel en la Rue du Nord más parecido por fuera a un garaje que a un centro de producción. Y claro, siendo sábado, esa persiana estaba bajada. Al rato de estar sentados en una mesa del Cafe du Nord con las caras más largas que se recuerden en Rolle, una voz nos inquirió: «¿Qué estáis buscando?». Era Mario, nuestro improvisado cicerone y ángel de la guarda. Se sentó con nosotros y, tras comentarle que veníamos de Barcelona para intentar hablar con M. Godard, nos apuntó el número de teléfono de su prima porque Jean-Luc «es un tipo muy serio y es mejor que habléis primero con ella». ¿Y quién era su prima? Anne-Marie Miéville, la friendship of M. Godard desde hace 30 años.
Y no contento con esto, el gran Mario se levanta y nos suelta: «Pero igual están en casa, voy a buscarlos». Nos deja una bolsa y sus gafas sobre la mesa y al cabo de diez interminables minutos aparece con su prima. Nuestro agradecimiento a Mario es eterno. Fue él quien hizo las presentaciones y rompió el hielo con bromas y anécdotas.
Anne-Marie nos aclara que, junto a su pareja, tiene tres casas en Rolle. Actualmente viven separados, cada uno en la suya y la tercera es ahora mismo “territorio de nadie”. El trabajo entre ambos surge de la complicidad de saber escucharse y, sobre todo, de la capacidad de asignarse una parcela individual en cada proyecto. En Après le réconciliation, dirigida por Anne-Marie, Godard hizo de actor. En Film Socialisme, ella ha grabado la voz en off. The old place la concibieron y la montaron juntos. En Nouvelle Vague, ella hizo la dirección artística… Entienden el trabajo en equipo como algo no intrusivo y saben que su mejor crítico es el otro.
Y de pronto… No puede ser, pero sí. Ahí está. Habíamos visto videos recientes de Godard pero verlo en directo entrando al Cafe du Nord nos causó una tremenda impresión. Parece frágil, cansado. Se mueve lentamente, acompañado por Anne-Marie. Nos saluda y se sienta. Casi temblando, la primera pregunta que planteamos versa en torno a cómo ve el futuro del cine como arte. Su voz, ese francés gutural cascado por el humo de los puros, se asemeja ahora a la del ordenador de Alphaville: «El cine ha perdido su capacidad de asombrarnos. Igual que la violencia y los crímenes en la televisión. La TV ha ido engañándonos y hasta ha variado nuestro concepto de delante y atrás. En el cine, la imagen está delante; en la tele, detrás. Hay que recordar que el sexo está delante y el culo detrás. Todo se convierte en un asunto de agujeros de entrada y de salida, disparos perfectos, tantos muertos… Oímos el relato y es como si lo hubiéramos vivido, nos emociona, pero no aprendemos nada».
«Por otra parte, el arte ha sido aniquilado por el resentimiento. Ya no hay reglas, todo vale. Esto me encanta…, pero lo que sucede es que, en la práctica, los que deciden qué es arte o qué es cine ya ni siquiera son cineastas o artistas. Philippe Garrel hablaba de la pobreza del artista. Hoy en día el artista que realmente no se vende a nadie ha de ser pobre, si es millonario y tiene reconocimiento social…, bueno, ahí está Van Gogh».
Charlamos sobre las nuevas tecnologías: «Yo llevo muchos años trabajando con el digital. Pero ahora si no ruedas en “alta definición”, dirán que tu película es mala, que no vale. Es un lenguaje del dinero. Pero me asusta la alta definición porque todo está muy comprimido y eso de “alta” me recuerda a la “alta” sociedad, a un “alto comisario”, a la clase “alta”… Es muy extraño».
Introducimos de nuevo el tema de la “revolución” en Europa: «Ni siquiera haría falta que abriera la boca para deciros lo que yo pienso… He vivido algunas. Una revolución no es más que… En mi época, las personas no podían aceptar una mutación que ponía al descubierto las verdaderas razones de una agonía inevitable a corto o largo plazo. Una verdadera revolución consistiría en que las personas llegasen a entenderse a partir de lo que han visto. Pero ahora todos somos imbéciles hipnotizados por la televisión. Debe haber revoluciones primero en el amor, el momento en el que…».
En ese momento, aparecen en el café dos turistas y le sacan una foto. Cuando se marchan, Godard comenta enfadado: «Detesto esa costumbre de pararse en cuanto sitio se conoce a registrar para los demás que uno estuvo ahí, como si lo importante de los viajes fuera comprobarle a los conocidos que realmente viajamos. Es lamentable porque no tiene significado. Es acaparar imágenes porque sí. Reunir a un público y aburrirlo con su narración. Es atroz, ¿no os parece?. Cada vez estoy más en contra de la cantidad infinita y disparatada de imágenes».
Asentimos, pero él continúa: «Es como una condena; querer siempre lo que no se tiene y no querer nunca lo que se tiene. Basta que alguien consiga algo para que eso deje de tener interés. Supongo que la ambición nace de cosas como ésta, pero yo ni siquiera soy ambicioso: carezco de la fuerza precisa para desear constantemente. Sólo somos capaces de apreciar algo cuando lo hemos perdido… Ya no es lo real de un rostro, como en El tiempo recobrado de Proust, es sólo una foto».
Y sigue: «¿Qué me sorprende más durante mis paseos por una ciudad? Lo más evidente: los teléfonos móviles. Hace unos años cuando veías por la calle a alguien hablando solo, creías que era un loco. Aquí, en la montaña, hasta hace poco, aún no teníamos cobertura. ¿Qué ha sucedido en estos diez años para que de repente haya tanto que decir? ¿Y cuál será la consecuencia? Sabes que puedes ponerte en contacto con la otra persona en cualquier momento y, si no puedes, te impacientas, te impacientas y te enfadas. El silencio de fondo ha sido abolido. Supongo que se me incluirá en ese grupo de chiflados que, al comienzo de la industrialización, pensaban que la máquina era enemiga de la vida…, pero no concibo como nadie puede creer que sigue viviendo una existencia humana si se pasa media vida hablando por teléfono durante la mitad de su vida consciente. No, los teléfonos móviles no prometen ser de gran ayuda para fomentar la reflexión entre el público en general. No sé, la gente puede crear cuando escribe un sms…, aunque ya no pueden hacer una frase como las de Balzac.
Sin saber que será la última pregunta del breve encuentro, le preguntamos cómo ve a los nuevos cineastas: «Es curioso…, me sorprende la cantidad de escuelas de cine que están proliferando como hongos. Hasta aquí en Rolle querían montar una y querían que yo…, en fin, el proyecto se fue al traste. Pero, ¿qué será de todos esos jóvenes? Además, los jóvenes parecen cada vez más viejos. Ya no se fomenta entre ellos ni la crítica ni el debate. Por otra parte, el cine como industria es trabajo y el trabajo impide cualquier tipo de confianza entre las personas. Es una condena que significa estar enredado ocho horas al día en algo que no importa, en algo que hace hinchar las cuentas bancarias de unos inútiles productores. Mientras tanto…, ¿por qué los viejos odian a los jóvenes? ¿Los jóvenes les hacen sentir envidia y odio? Puede ser. De todos modos, cuando uno se hace viejo, vuelve primero a la adolescencia y, al final, a la infancia. Así que… Eso está bien. Y hay un truco, una especie de solución senil: olvidarlo todo».
«¿Todo?», preguntamos. «Todo», y sonrió.
Una entrevista de MIGUEL BLASCO. Pieza Gráfica de BRUNO PERRIER.