Una vez leí un artículo sobre un tal Kurt Vonnegut que hablaba de la vida, de su razón de ser, tan desconocida y fascinante que dio pie a la creencia religiosa. Y tengo que decirlo: jamás pensé que este escritor estadounidense, de ascendencia germana, aplicara esta premisa a cada una de sus obras sin miramientos ni pudor alguno.
Uno de esos escritos fundamentales, ‘Matadero Cinco’ (1969), ha sido recientemente reeditado por Anagrama. Esta ‘Cruzada de los niños’ es la historia del propio Vonnegut: tras un primer intento de acercamiento a la literatura -un profesor le dijo que sus relatos no eran lo bastante buenos- se alistó en el ejército. Con ello, Kurt participó en la Segunda Guerra Mundial en los dos frentes. No en el de los aliados y en el llamado Eje del Mal, sino en el bando de los vencedores y el bando de los vencidos. Fue soldado y prisionero de guerra. Así fue.
El irónico y audaz autor norteamericano formó parte de una avanzadilla durante la Batalla de las Ardenas, pero días más tarde fue capturado por los nazis mientras vagaba en solitario por territorio alemán. Fue apresado y vivió de primera mano el bombardeo de Dresde, una “matanza inconcebible” que terminó con la vida de unas 40.000 personas, según las fuentes que se consulten.
Años después, el horror de la guerra fue reflejado por Vonnegut en este ‘Matadero Cinco’, en el que Billy Pilgrim, alter ego del escritor, sufre la masacre en la tranquila ciudad del este germano y pone voz al propio Vonnegut para narrar su experiencia como prisionero de Matadero Cinco, una suerte de almacén en medio de la nada en el que el malogrado autor trabajó acumulando cadáveres.
Ese tipo de mirada traviesa analizó con gran maestría las consecuencias del conflicto mundial de un modo un tanto peculiar: se valió de la ciencia ficción y del humor negro y descarnado para presentar una estampa post apocalíptica y un futuro incierto en un mundo occidental en la mayor e inimaginable decadencia de su Historia. Pilgrim es un muchacho casado con una mujer a la que no ama, tiene un grupo de compañeros y amigos que no le valoran del modo en el que se merece… en definitiva, no es del todo feliz. Hasta que se topa con un platillo volante que lo abduce y lo transporta al planeta Trafalmadore, donde será de nuevo apresado -al igual que en la Alemania nazi-, esta vez junto a una estrella del cine con la que tendrá que aparearse para hacer felices a los trafalmadorianos. Todo ello sucede en un zoológico que representa la vida en la Tierra, el deseado sueño americano.
Para ellos, para los extraños seres difuminados que habitan en ese particular planeta, el universo “no tiene la apariencia de pequeñas manchas luminosas. Estas criaturas pueden ver cada estrella donde ha estado, donde está y donde estará (…). Ven a los seres humanos con piernas infantiles en un extremo y piernas de anciano en el otro”, reflexiona el propio Billy Pilgrim, asombrado por la capacidad de abstracción alienígena, que es capaz de valorar la vida en su conjunto y no como una amalgama de recuerdos y sueños. Para los trafalmadorianos, al contrario que para los humanos, no hay principio, no hay final, no hay moral, no hay causas, no hay efectos, sino una vida “maravillosa, sorprendente e intensa”, como debería ser en la Tierra.
Pero no contento con esto, Kurt Vonnegut decidió agregar a su historia los viajes en el tiempo, otro extremo de la ciencia-ficción, género muy utilizado en las obras vonnegutianas, como aquella distópica ‘El desayuno de los campeones’ (1973), considerada su producción de mayor calidad.
Que no crea el lector que este ‘Matadero Cinco’ es una descripción totalmente pesimista de la sociedad occidental del mitad del siglo XX. Vonnegut expone con gracia y humor negro la poco ajeteadra vida de sí mismo, aunque no se basta con eso de que vivir es ver pasar la vida, sino que se hace preguntas, se inquieta, sobrevive. Ya lo decía un trafalmadoriano: “todo el tiempo es todo el tiempo. Simplemente es. Tome los momentos como lo que son, momentos”. Que así sea, Kurt.
Texto de SERGIO SÁNCHEZ.