Cuando no sé qué leer, cuando ni arrodillándome encuentro nada en las mesas de novedades, recurro a mis irrenunciables (aquellos bienaventurados escritores que no sólo me han acompañado sino que se han hecho uno conmigo). Son quiénes me explican, son mi territorio, son mi país. Son aquellos que tengo presentes cada día, cada minuto, y sus retratos enmarcados cuelgan de la pared de mi capillita para arroparme y guiarme.
Por ejemplo John Fante, el bendito recuperado para la reedición gracias a Bukowski. No recuerdo cómo llegué a él. Supongo que como he llegado a todo lo bueno (gracias a Biguri o Masip, que parece que enciendan velas para iluminar y alimentar mi fe en los libros). Recuerdo que no encontraba nada suyo y una amiga (no la nombraré para que la justicia divina no caiga sobre ella), escaneó ‘Pregúntale al polvo’ (Ed. Anagrama, 2013) y ‘Espera la primavera, Bandini’ (Ed. Anagrama, 2014) y me los envió en pdf. A los pocos meses, el milagro: Las mesas de novedades gritaban Fante.
‘La cofradía de la uva’ (Ultramar Editores, 1990) me pareció un prodigio, uno de esos libros que hay que agarrar antes de salir corriendo si el demonio prende fuego a tu casa. También Bandini es uno de esos personajes que se te meten en el cuerpo y nadie puede sacarte ni con agua bendita.
Mientras rezo para encontrarme pronto con otro de los míos, releo ‘Llenos de vida’ (Ed. Anagrama, 2008). Nunca se pudo hacer tanto con tan poco. Una mujer dará a luz antes de que acabe la historia. Con Fante, como con Carver, parece que nunca pase nada, parece que el eje del mundo esté oxidado y por engrasar. Pero cuando cierras el libro, el mundo es otro.
Sólo había visto a John Fante de joven. Hoy lo vi por primera vez más viejo, más cansado, encorvado sobre su máquina de escribir. Hoy lo adoro todavía más.
Texto de ISABEL BONO.