Simenon tenía un exceso de testosterona, tanta que apenas pudo contenerla. Con una vitalidad asombrosa, escribió más de quinientas novelas y se acostó con diez mil mujeres, según su propia confesión. Todo desproporcionado. Así era él, Georges Simenon, nacido en la ciudad belga de Lieja un viernes 13, día de mala suerte para las tradiciones anglosajonas. Eso lo sabía su madre, que era muy supersticiosa, y quiso cambiar su historia personal al inscribirle en Registro Civil como nacido unas horas antes, en la noche del 12 de febrero de 1903 para conjurar así el mal agüero. No se sabe si lo conjuró del todo porque, ciertamente, Simenon tuvo éxito en su vida, pero no se puede decir que fuera del todo feliz.
Hay tantas personalidades en una sola que en su biografía encontramos al eterno fumador en pipa, al viajero empedernido, al amante incansable, al despilfarrador de dinero, al coleccionista de deslumbrantes casas y veloces caballos, al buscador de fama y fortuna. El ‘enigma Simenon’ reside en su energía y en su rapidez. De un prolífico escritor a un desatado mujeriego. Buscaba en la palabra y en el placer formas de comunicarse con los demás. Se casó tres veces y se acostó, según él mismo reconoció a su amigo Federico Fellini en 1977, con diez mil mujeres desde que tenía trece años y medio, ocho mil de ellas prostitutas. Cuando lo dijo, Simenon tenía 74 años y aún le quedaban doce años más de vida, ya que murió en Lausana en 1989.
¿10.000 mujeres?
A Simenon, antiguo alumno de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, se le pasaron las ganas de ser sacerdote en su etapa de adolescente. Y se le pasó visitando todos los burdeles que pudo y acostándose con toda clase de mujeres, tanto de la alta burguesía como de los bajos fondos. Cuando tenía 18 años vendió el reloj de bolsillo que su padre le había dejado en herencia para pagarse «una espléndida negra», porque su incontinencia sexual le obligaba hacer el amor tres veces al día. Y entre «polvo y polvo» escribía novelas, pergeñaba argumentos policíacos e ideaba crímenes para que su célebre comisario Maigret los resolviera. Con una media de ocho novelas al año (algunas escritas en una semana), más incontables relatos, creó todo un abrumador currículo literario, sólo superado por Agatha Christie.
Conociendo su intensa vida sexual y haciendo un mal chiste o un pequeño y malicioso juego de palabras, se le podría cambiar su apellido por el de ‘Semenón’, que le haría mucha más justicia.
Tuvo amantes célebres como la bailarina Josephine Baker, ambos de una energía inagotable, cuya tormentosa relación duró tan sólo dos años, hasta 1927. Por esa época escribe un sinfín de novelas populares a toda velocidad y firma con quince seudónimos, quince identidades diferentes, una de ellas es la de George Sim. Prefiere la cantidad a la calidad. Tiene en mente el consejo que le dio en su día la escritora francesa Colette: «Nada de literatura, y escribirá mejor».
Pierre Assouline, el mejor biógrafo de Simenon, decía que escribía sus novelas como se hace un bizcocho: con molde. Y analizando su peculiar vida amorosa, dijo: «Desde su punto de vista, la única comunión y comunicación posible con una mujer era sexual. Para conocerla hacía falta acostarse con ella». Motivo suficiente para empujar a miles de feministas a manifestarse ante su casa.
En torno a 1930 publica ya con su verdadero nombre novelas policíacas muy diferentes a lo que había escrito hasta ese momento. De hecho, en 1931 da a la imprenta su obra ‘La banda de Pedro el Letón’, que es la primera de las aventuras en las que interviene el comisario Jules Maigret. Se toma tan a pecho su faceta de novelista que trabaja como un esclavo en la ‘fábrica Simenon’, como él mismo llama a su producción literaria. Y no tiene ningún empacho en promocionar sus novelas policíacas sentado en una mesa, con una máquina de escribir, en el escaparate de unos grandes almacenes. A los 29 años se justificó diciendo que no había escrito tanto: «Sólo he publicado 277 libros».
Entre su madre y su hija
Nunca quiso a su madre. Un muro invisible les separó durante años. No obstante, permanece en el hospital con ella agonizante durante sus últimos ocho días, en diciembre de 1970, hasta que se produce su fallecimiento. Fueron días de silencio y recuerdos. Doce meses después deja de escribir novelas y, en cambio, escribe uno de sus mejores libros, ‘Carta a mi madre’, emotivo y psicoanalítico, donde, entre otras cosas, confiesa: «Nunca nos quisimos, sólo lo aparentábamos». Se le reprocha su misoginia y que nunca supo crear en sus novelas grandes personajes femeninos. Simenon entonces menciona ‘Tante Jeanne’, ‘Le temps de Anais’ o ‘Betty’, muy pocos ejemplos si tenemos en cuenta su vasta creación literaria.
Simenon, entre todas las mujeres, quiso a una en especial: a su única hija Marie-Jo, que tuvo con su esposa norteamericana Denyse Quimet, la cual terminó sus días en un psiquiátrico, no sin antes escribir una obra basada en sus relaciones con Simenon de expresivo título, ‘El falo de oro’. Marie-Jo, debido a sus crisis anoréxicas y a sus internamientos en hospitales psiquiátricos, se suicidó a los 25 años con un disparo de fusil. Su padre contó su terrible historia en ‘La desaparición de Odile’ (1971), sintiéndose culpable de su muerte. «Si me dedico a analizarme ya no podré seguir escribiendo», y decide seguir escribiendo…, a toda velocidad.
Una anécdota asegura que Hitchcock llamó por teléfono, en los últimos años de su vida, a Simenon, y su secretaria le dijo: «Un momento… Lo siento, acaba de empezar una novela». «Bueno. Pues espero…», contestó el cineasta.
El Inspector Maigret
Simenon siempre estará asociado, le guste o no, a la figura del inspector Maigret, que pertenece a la policía judicial, cuyo nombre aparece en el título de casi todas las novelas en las que interviene.
El personaje surge en 1931. Las aficiones de este médico frustrado eran las de pasear, fumar en pipa, degustar una buena comida, vestir de oscuro, hablar con su esposa Louise de los casos que tenía entre manos, estudiar la personalidad de los hombres y a escribir sus propias memorias en su domicilio ubicado en el Boulevar Richard-Lenoir, tercer piso.
Su paciencia y parsimonia le convierten en el antihéroe que observa continuamente y se compadece del mundo. Su divisa era: «Comprender y no juzgar». Vamos, lo mismito que su creador.
Un ser odiado y querido
Su hedonismo y extrema vitalidad era admirada por sus amigos, en concreto por Fellini que llegó a decir de él: «Dan ganas de aplaudirle como se aplaude en el circo al valor, la audacia del malabarista, del acróbata».
Una energía similar la encontramos en Picasso, que combinaba sus cuadros con sus amantes, pero curiosamente el personaje literario más célebre de Simenon, Maigret, sólo tiene a una mujer, su propia esposa. No tuvo término medio, se hizo odioso y querido por mucha gente. Fue acusado de tener simpatías por el nazismo y de colaboracionismo durante la Segunda Guerra Mundial, suspiró por el Nobel que nunca le concedieron y criticaba a los que sí lo ganaron, como Albert Camus.
Su personalidad exuberante no dejaba lugar a las dudas. Se bebía la vida a borbotones y si le tuviéramos que aplicar una frase, tal vez la de la escritora Ninon de Lenclos pueda encajar al dedillo: «Nada hay tan adorable como un hombre que seduce, pero nada hay más odioso que un seductor».
Texto de JESÚS CALLEJO, escritor y director del programa radiofónico ‘La escóbula de la brújula’.