En junio habría cumplido 90 años, y tras 60 filmes, sin contar episodios para la TV, Claude Chabrol fue tal vez, junto con Woody Allen, el director más prolífico del mundo. Su media de películas realizadas supera la de una por año, desde que comenzó en 1958. Si examinamos su extensa filmografía nos daremos cuenta de que estamos ante un coherente creador, autor de muchas de las grandes películas del cine francés de todos los tiempos. El genio francés nos dejaría en cambio a los ochenta años, en 2010.
Chabrol fue uno de los últimos miembros vivos de la Nouvelle Vague, la célebre corriente de cineastas que, desde las críticas de la revista ‘Cahiers du cinéma’ y posteriormente desde la realización, dieron un giro revolucionario al cine francés que, a la postre, influenció a algunos de los grandes maestros de Hollywood y, por supuesto, a la totalidad del cine europeo.
Desde el principio de su filmografía vamos a encontrar los postulados básicos de su cine: interés por el diseño de personajes corrientes, pero atormentados por una causa que en ocasiones les trasciende, dominio de la técnica de la construcción de una trama de intriga creíble, equilibrada y bien narrada (de ahí su admiración por el gran maestro Hitchcock), percepción aguda y enormemente crítica de los postulados de la burguesía, posicionamiento ante problemas actuales como la corrupción, la explotación (racial o de la mujer), los entresijos que mueven los poderes sociales (jueces, políticos, banqueros). La obra de Chabrol es un gigantesco mosaico que indaga en las contradicciones de nuestra civilización, pone en evidencia la banalidad de determinadas instituciones, como la familia y el matrimonio, al tiempo que profundiza en la psicología de unos personajes, aparentemente anodinos, corrientes, cuya inestabilidad emocional puede llevarles a realizar hechos delictivos muy graves, como el asesinato. Precisamente en casi todos sus guiones la infracción, grave o leve, está siempre presente como un obstáculo insalvable que condicionará drásticamente la vida de sus personajes. Todo ocurre dentro de la tranquilidad de un pueblecito perdido de provincias o de la impunidad de una capital grande.
Así, Chabrol ha elaborado un cine personal, muy rico en sensibilidad y matices, con una puesta en escena soberbia y un ritmo narrativo magistral, surgido al amparo de unos guiones que toman como fuente de inspiración las crónicas periodísticas. Por eso, sus últimas películas reflejan muy bien los acuciantes problemas actuales (malversación de fondos públicos, abusos de autoridad, manipulaciones políticas…), mientras que en su primeros largometrajes estaban presentes más los problemas íntimos (adulterio, sentimiento de culpa, obsesiones…). En ambos casos, Chabrol nunca dogmatiza, nunca condena a sus personajes, sino que nos presenta sus contradicciones y, por supuesto, nos revela una sociedad que porta un ramillete de valores trasnochados, que ellos utilizan a su conveniencia, pero que rompen sistemáticamente bajo el amparo del poder o del anonimato. El espectador es quien, a la vista de la trama, saca sus propias conclusiones. La hipocresía, los celos, las ambiciones, están presentes en una gama de seres con apariencia de normales, pero con un mundo interno sombrío y agitado. El salvaguardar las apariencias de las organizaciones constituye un leitmotiv en la mayoría de la obra de Chabrol, la imposibilidad de modificarlas y de desvelar su status corrompido. También es de resaltar el papel que el destino, el azar, juega en sus historias, marcando a los personajes de un modo crucial.
Chabrol fue evolucionando al unísono de los tiempos. Siempre ha contado con grandes intérpretes del cine francés (encabezados por su ex mujer Stéphane Audran), grandes productores (empezando por él mismo) y grandes técnicos (entre ellos, varios miembros de sus descendientes) y por eso sus filmes suelen ser buenos éxitos de taquilla en gran parte de Europa (excluyendo España) y de excelente consideración crítica. Chabrol cuenta historias sencillas, cotidianas, tan reales como la vida misma, pero en cada una de ellas se desvela un problema serio, una perturbación vital, que hace que su cine tenga una profunda dimensión sociológica y psicológica. Ilustra muy bien los vaivenes de nuestra época, denunciando los convencionalismos y mostrando los resultados que tiene en la gente las pasiones, fobias, anhelos y demás particularidades de la psique.
Texto de ANTONIO GÓMEZ HUESO.