La terrible soledad que transmiten los cuadros de Edward Hopper siempre pareció filtrarse entre las calles polvorientas, decadentes e hipnóticas del pueblo texano de ‘La última película’ de Peter Bogdanovich (1971).
Las vidas, como en la novela de Larry McMurtry en la que se inspiró, se deshacen en ellas. Aquí, el vacío rodea inmisericorde a un Jeff Bridges de 22 años que ganaría su primer Oscar encarnando a un náufrago en el desierto junto a Cybill Shepherd y Timothy Bottoms. Es el mismo vacío que, maravillosamente, llena los cuadros de Hopper.
Como ocurre en ‘Drug Store’ (1927), con ese esplendoroso escaparate de la Silber’s Pharmacy en noche cerrada, en un contexto marchito, deprimente, sin atisbo de humanidad. La luz del comercio apenas consigue incidir en la superficie de sombras que amenazan con provocar el fracaso. O como se expresa en ‘South Carolina Morning’ (1955), de horizonte inquietante y desierto perpetuo. La mujer de rojo que protagoniza esta pintura mira a cámara, seguramente escuchando a ‘Bird’, mientras a su espalda se extiende el abandono. Bogdanovich reflejaba muy bien todo esto en su prisión cualquiera de mesas de billar roídas y cocheras destartaladas.
El amor podía darse a escondidas, pero todos los días allí son como el que Hopper reflejó en su ‘Early Sunday Morning’ (1930), sin almas. Esas puertas a las que ahora calienta la luz, luego permanecerán selladas en el pueblo de Bogdanovich. Ahí se eternizaron esos paisajes urbanos de melancólico desaliño entre la ventisca, con fantasmales camionetas que siempre trazan a su paso una nueva senda. Náufragos en Texas son Bridges, Shepherd y Bottoms, con la mirada siempre entornada, pero irresistible fuerza magnética. Quizá sólo hubiera hecho falta situarlos en otro lugar, como el de ‘Rooms by the Sea’ (1951), para escapar nadando.
Texto de MIGUEL PRADAS.