Al enfrentarse a cualquier film de David Lynch, el espectador tiene que decidir cómo se posiciona ante él. La primera opción es intentar entender la historia que se le plantea desde el punto de vista de la narrativa convencional. Por esta vía se encontrará a sí mismo descifrando los supuestos símbolos que el director ha ido colocando en cada una de las escenas como un detective que resuelve un misterio.
En segundo lugar, puede sentarse a contemplar la sucesión de aciertos fílmicos hasta que la cinta termine. Aquí el peligro es que algo importante se reduzca a un sofisticado video-clip.
La tercera alternativa estará, probablemente, en alguna intersección de las anteriores. El trabajo de Lynch encierra una visión concreta y madurada del mundo en que le ha tocado vivir. Sus imágenes y temas son tan poderosos como recurrentes. Pero al mismo tiempo la experiencia que propone es emocional hasta un punto que parece escabullirse de lo discursivo. Es revelador que el director siempre haya evitado explicar sus producciones.
‘Eraserhead’ es sin duda una de las películas más crípticas de un artista críptico. La influencia del surrealismo y del expresionismo es más que patente en esta ópera prima. Pero Lynch es un creador original, no un académico de lo vanguardista. Si es cierto que Buñuel o Murnau están presentes en ‘Cabeza Borradora’, también lo es que se trata de un producto profundamente personal. Y los conocedores de la trayectoria del americano reconocerán aquí todo lo que hace a su obra tan interesante. Ya están aquí los interiores que, por mundanos, resultan claustrofóbicos. El mal agazapado debajo de lo cotidiano. Ya pululan por aquí las personificaciones de nuestros demonios y de nuestras ansias de salvación. Y nace madura la capacidad de Lynch para hacer a los espacios reverberar, sugerir.
También veremos a un joven y hambriento cineasta formado en lo plástico. Las texturas, lo matérico, lo fotográfico se muestran aquí con más fuerza que en sus trabajos posteriores. Parecen los materiales adecuados para edificar este relato sobre el drama de la existencia en el mundo industrial. “Vi cómo estas praderas se convertían en infierno” le dice un personaje a Henry, el protagonista de la epopeya. Quizá en algún momento las cosas fueron naturales. Pero luego las fábricas, los ruidos maquinales y los habitáculos lo ocuparon todo. La vuelta a Arcadia, si es que existió alguna vez, es imposible.
No obstante, si fuese esto un canto a la alienación del mundo moderno no estaríamos hablando de Lynch y su inefable obra. No encontraremos aquí explicaciones fáciles sobre la angustia de ser en un momento concreto de la historia. Lo que presenciamos es una sucesión de experiencias. Henry mira. Conoce a mujeres. Intenta causar buena impresión a sus familias. Asume las responsabilidades que le tocan. Cuida a su hijo. Se frustra. Encuentra consuelo y culpabilidad en la infidelidad. Y en todo ese proceso mantiene un esforzado estoicismo ante una realidad obviamente desquiciada. El encuentro con lo grotesco, lo onírico o lo fantástico se asoman a cada instante; incluso mucho antes de que todo explote para el pobre protagonista y para el pobre espectador.
Como ya hemos dicho, para éste existe el riesgo de querer jugar a descubrir qué es real y qué es producto de la imaginación o de los sueños del personaje. En’Eraserhead’ no existe separación entre esas categorías. Efectivamente Henry tiene sueños y Lynch es un maestro plasmándolos. Pero el autor parece contarnos que lo que experimentamos de ojos para afuera está condicionado y gobernado por nuestra conciencia. He aquí el fin de la separación entre mundo y mente.
Pero, de nuevo, hay mucho más aquí. Los múltiples significados y símbolos que encierra esta propuesta tan rica quedan a merced de cada persona que se asome a lo que aquí se le muestra. Y si no se entiende del todo el cine de David Lynch, la razón será simplemente que no nos entendemos del todo a nosotros mismos.
Texto de FRAN RUIZ.