En la región de la Baja Bohemia y cruzada por el río Moldava, se encuentra Césky Krumlov, un pequeño pueblo checo que data de la Baja Edad Media. Situado a 175 kilómetros de Praga, la contemplación de esta villa traslada al visitante hacia épocas de caballeros y reyes, de justas y torneos, de leyendas e imaginación. Recorrer sus calles constituye un magnífico placer al admirar sus edificios, que mezclan el atrayente oscurantismo del arte gótico o el barroco, con el encanto proporcionado durante la época de mayor esplendor de la ciudad, el Renacimiento.
Entre las maravillas de Césky Krumlov se encuentra el castillo, máximo exponente de la arquitectura medieval checa por detrás de la fortaleza de Hradcany. La entrada desde la carretera que une el pueblo con la autopista termina en un majestuoso puente de unos 25 metros de alto que lleva directamente a la entrada del castillo y que se levanta encima del río Moldova, que a su vez serpentea toda la villa checa. El viajero puede continuar su visita en el teatro barroco, que data de 1776 y es junto al de Drottningholm y Gripsholm (Suecia) de los pocos que se conservan en la actualidad.
Los pasajes y calles del castillo están adornados con pinturas barrocas y renacentistas que envuelven al turista con un aroma que evoca a la época en la que los Romberk, Señores de la Rosa, dividieron su feudo en cinco partes. La leyenda cuenta como esta familia de nobles repartieron sus territorios entre sus cinco descendientes, a los cuales se les dotó de un color diferente para cada uno de los pétalos de rosas que figuraban en sus escudos y blasones. Por ello, cada año en el primer fin de semana del solsticio de verano se celebra en la ciudad un festival medieval que dura varios días y en el que tienen lugar recreaciones de torneos y enfrentamientos entre nobles caballeros, además de la posibilidad de disfrutar de la plaza del ayuntamiento como si el visitante fuera un mercader o un campesino del siglo XIII o las vistas desde la torre del castillo, desde las cuales puede verse las cercanas montañas austriacas.
El ambiente de sus calles -rodeadas de viviendas de vivos colores, puentes de madera y estrechos callejones- puede apreciarse tomando una excelente cerveza checa, negra o rubia, en cualquiera de sus bares o restaurantes bajo el embrujo de un pueblo que vive entre el presente y algún tiempo perdido durante la Edad Media.
Por Sergio Sánchez.