Todo lector que quiera sacarle provecho público a sus lecturas tiene un TOP10 en donde cabe un número de escritores impreciso, nunca son diez, pero todos podrían ser uno de esos diez. ¿Cuántas veces han improvisado ustedes un inventario de lo que han leído y han colocado a cada escritor en su sitio? Lo habrán hecho alguna vez, aunque solo sea para comparar su escala de valores con la de los demás. Pero si lo han hecho varias veces habrán podido comprobar si su top ten es orgánico y, por lo tanto, si ustedes son personas sensatas que van cambiando de opinión a lo largo de la vida. Supongamos que lo han hecho así, ¿cuántos escritores de su top ten permanecen todavía en él? Como decía Pete Sampras (sí, el tenista) cuando le preguntaban en la década de los noventa por sus varios años en lo más alto del ranking de la ATP: «Lo difícil no es llegar a ser número uno, sino mantenerse en ese puesto».
A mí me gusta imaginar que William Faulkner es como Pete Sampras y, por lo que tengo entendido, no hay muchas diferencias entre ambos. Bueno sí, Faulkner tenía bigote. Por lo demás, se parecen mucho: ser el mejor en cada variable de tu disciplina, haberlo sido en otra época y que todo lo que ocurra ahora sea susceptible de ser comparado con aquello que tú ya hiciste. No recuerdo quién era el gran rival de Pete Sampras en las pistas, pero pongamos que para Faulkner fue Ernest Hemingway (porque me cae mal Hemingway y nunca ha estado en mi top ten). En aquella época, Hemingway depuraba su estilo hasta convertilo en una firma para que todos pudieran decir: «¡Oh, eso es un texto de Hemingway, no cabe duda!, ¡solo vemos la punta del iceberg, pero hay más!». Mientras tanto, Faulkner reinventaba las posibilidades de la narrativa en cada obra: jugaba con las perspectivas, la cronología, la sintaxis, llevaba el lenguaje al límite. ¿Qué hubiera hecho Pete Sampras si su raqueta fuera una máquina de escribir?
Con ‘El ruido y la furia’ me di cuenta de que me faltaba entrenamiento, pero ya con ‘Mientras agonizo’ todo empezó a ir bien. Si lo incluyo ahora en mi top ten es porque todo lo que él ya hizo a principios del siglo XX me sirve ahora a mí como herramienta actualizable a principios del siglo XXI. Al fin y al cabo, uno aspira a ser un chico verdaderamente posmoderno del mismo modo que otros siguieron otras tribus urbanas y, a falta de un atuendo que lo indique, pretende estar a la última en todo lo que gire en torno a la experimentación literaria. Para ello, es necesario utilizar una prosodia impecable al decir: David Foster Wallace, o decir, igualmente, Thomas Pynchon, o decir, del mismo modo, William Gaddis. Pero si uno dice con la misma entereza delante de un corro de gente arrebatadoramente posmoderna con la que queremos conversar sobre todo lo que está a la última en literatura, si uno dice, sin parpadear si quiera, ni carraspear, ni tragar saliva demasiado rápido, si uno dice «William-Faulkner-es-uno-de-mis-favoritos», todos se verán obligados a aplaudir y a asentir repetidas veces porque así sí, así uno puede estar satisfecho, uno puede mostrar su top ten a todo el mundo y ufanarse de él y sentirse a la altura del más listo.
De todo esto, uno puede sacar algo de comprensión para sí mismo. En un ‘Catálogo de escritores para un top ten infinito’ siempre hay una proyección idealizada, una aspiración desmedida, un anuncio publicitario de uno mismo. A mí me parece que William Faulkner siempre resulta recurrente en una charla amena con cualquier recién conocido que pretenda abrumarnos con cultura multimedia, pero –¡cuidado!–, para incluir a Faulkner en nuestro top ten antes hay que leerlo. Y Faulkner es un claro ejemplo de que al lector hay que exigirle talento, mucho talento, y para eso hay que darle tiempo, algún tiempo. Hoy día tenemos el Spotify para buscar grupos indies procedentes de algún país escandinavo, pero también tenemos a William Faulkner en edición de bolsillo. Ustedes verán lo que hacen.
Por Daniel Espinar | Pieza gráfica: Rocío Malavé.