Lo primero que llama la atención al reflexionar sobre la figura de Albert Camus es la tremenda vigencia de su propuesta literario-filosófica en 2010, a cincuenta años de su muerte. El vertiginoso ritmo de las últimas décadas, con la aparición de Internet y los sofisticados sistemas de comunicación, el terrorismo, las crisis económicas, la caída de los regímenes comunistas, la crueldad de los radicalismos religiosos, las mafias, los poderes fácticos…, configuran un mundo muy distinto al de la posguerra europea, cuando escribió sus principales obras. Sin embargo, al leer a Camus percibimos que su pensamiento, su análisis crítico del ser humano, perdido ante todo el engranaje que configura nuestra civilización, sigue siendo válido y, más aún, es sumamente revelador para entender el laberinto existencial en el que nos movemos. Hubiera sido maravilloso conocer el posicionamiento que el escritor argelino habría adoptado ante todos estos sucesos contemporáneos, de no haber muerto prematuramente, a los 46 años, como consecuencia de un accidente de automóvil. Pero aún así, su compleja y singular obra sigue siendo una respuesta lúcida a todos los absurdos de los sistemas ideológicos, que nos estrangulan por doquier, una propuesta de revolución interior sumamente válida y, sobre todo, un modo ético, comprometido y valiente de afrontar la vida.
Camus es una figura insólita dentro de la literatura y la filosofía de todos los tiempos. Inconformista, insobornable e inclasificable, se mantuvo alejado de cualquier tipo de creencia organizada. Aunque lo encuadramos en el existencialismo, lo cierto es que él mismo renegó de esta corriente y, como alternativa, se definió «absurdista», término que él mismo acuñó. Su figura es más bien la de un humanista escéptico, visionario, comprometido con su tiempo y con el papel del ser humano en este mundo. Pese a no integrarse en ningún sistema religioso y rechazar la vida futura que prometen los credos, confesaba tener «un sentido de lo sagrado», que él dirigía al desierto, el sol, el mar, los ríos, la noche…, es decir a los escenarios naturales de la vida, puros, latentes e inmaculados. Por eso escribió: «La felicidad está en vivir sensorialmente al unísono con la naturaleza». La promesa de una vida futura carecía para él de sentido: «Amo demasiado la vida como para que me importe la eternidad». Ensalzó el viajar como medio de sabiduría y optó por la libertad humana, aunque fuese «absurda», antes que por cualquier tipo de moral establecida. Espíritu sensible e independiente, pero con unos planteamientos viscerales, una coherencia vital, que llevó hasta lo que consideraba el límite de la «libertad absurda»: «la muerte prematura».
Camus clasificó su obra en tres ciclos: A) Del absurdo. Que se refleja en la novela ‘El extranjero’ (1942), los dramas ‘El malentendido’ (1944) y ‘Calígula’ (1945), y en el excepcional ensayo ‘El Mito de Sísifo’ (1942). B) De la rebelión. Que se encuentra en la novela ‘La peste’ (1947), los dramas ‘El estado de sitio’ (1948) y ‘Los Justos’ (1950) y en el ensayo ‘El hombre rebelde’ (1951). C) Del amor. Que era el ciclo en el que estaba trabajando antes de morir y que se percibe en la novela ‘El primer hombre’, inconclusa, y que su hija decidió publicar en 1994.
Más allá de esta clasificación, en la que Camus no incluyó otras obras suyas, algo menores, el pensamiento filosófico y existencial de este autor argelino-francés, con fuerte connotación española (su madre era de origen mallorquín y además confesó su influencia de autores españoles), sigue siendo luz para todos los lectores que se preocupan por la condición libre del ser humano, sin ataduras éticas, ideológicas o políticas, sin condicionamientos sociales, abstracciones o evasiones culturales que lo alejen de su condición natural. La vida adquiere trascendencia y sentido cuando se comprende la absurdez de los actos que la rigen, de las leyes que la aprisionan, de la falsedad de las creencias. Esto fue lo que Camus nos señaló y profundizar en su obra es un valioso ejercicio de autoconocimiento.
Por Antonio Gómez Hueso | Pieza Gráfica: Juan Jesús Millán.