¿Quién es ese tipo nervioso dentro de esa chaqueta enorme? Ese colibrí con bufanda es mi santo favorito. No hago más que canonizar, qué manía. Trece años de colegio de monjas tenían que acabar saliendo por algún sitio.
Llegué a Van Velde por el amigo Sam y aquello de la propiedad transitiva: si a Bono Beckett y a Beckett Van Velde, a Bono Van Velde. Matemático. Yo había leído, hacía tiempo, ese manual maravilloso para tontos que dicen que la pintura abstracta pueden hacerla sus hijos con los ojos vendados y un brazo atado a la espalda, ‘El mundo y el pantalón’ (incluido en el libro ‘Manchas en el silencio’). La ternura de Beckett hablando de la pintura de su amigo me llenó los ojos de aguarrás, el agua bendita de los pintores. Su defensa de lo abstracto, su rechazo a los críticos, su amor por los aficionados que se acercan al lienzo para comprobar el empaste y capaces, como dice, de distinguir un guache de una acuarela. Oh.
Una noche de insomnio, como cualquier otra, me topé con Bram Van Velde en La 2. Me cautivaron sus manos indefensas y huesudas, sus ojos de niño inseguro y excitado entregando a su padre el regalo que le ha hecho en el colegio pegando macarrones a una cartulina. Ese silencio a gritos de sus ojos. Ese incendio infantil.
Charles Juliet, que también debe de ser aficionado a las matemáticas, fue a conocer a aquel pintor holandés intrigado por sus palabras: «Al pintar busco el rostro de lo que no tiene rostro». Tuvieron muchos encuentros, pero nunca una conversación propiamente dicha. Y me imagino a Juliet sin manos suficientes para tomar apuntes de todo lo que el viejo iba diciendo, cuando decía algo. De ese tiempo entre paréntesis nació el libro ‘Una vida secreta, encuentros con Bram van Velde’, que es mi misal de cabecera.
Yo tampoco tengo lápices suficientes para subrayar, en ese libro, esas palabras suyas que bastarían para sanarme. De momento me quedo con éstas: «Después del abrazo: / Bram: ‘Ya no nos vemos’. / Beckett: ‘No físicamente’».
Texto de ISABEL BONO.